Esta palabra que tanto se suele usar en lo que atañe a
los procesos que implican una ruptura cualitativa y cuantitativa de las áreas
bio-psico-sociales del individuo, puede llevar a engaños en cuanto a su
significado conceptual en el campo de las enfermedades mentales crónicas.
Según el Diccionario de la Lengua Española, rehabilitar
es “Habilitar de nuevo o restablecer a una persona o cosa en su antiguo
estado.”
Ello implica la obligatoriedad de que aquello que pretende
ser rehabilitado ha de recuperar su estado anterior al deterioro.
Según otra definición consensuada, en medicina, el
significado es: “Para la
medicina, la
rehabilitación es un proceso cuya finalidad es que el paciente recupere una función o una actividad
que ha perdido por una enfermedad o por un traumatismo. Se trata de la atención sanitaria orientada a las secuelas de un
trastorno que genera discapacidad o disfunción.”
El concepto médico o urbanístico contaminan el
significado de lo que rehabilitación habría de significar en las ciencias
psico-sociales.
Todas las psicopatologías crónicas o hasta las agudas o
subagudas producen un cambio en la estructura de la persona que las padece y
sus relaciones familiares, sociales i formativo-laborales.
Evidentemente no todos los trastornos mentales son
duramente disruptivos en la vida de la persona. Así diferenciamos entre 3 tipos
de patologías en relación al deterioro integral de la persona:
1.- Patologías de buen pronóstico con un bajo grado de
afectación integral.
2.- Patologías de mal pronóstico con un grado medio o
alto de afectación integral.
3.- Patologías de la personalidad concurrentes o no con
otras patologías mentales.
1.- Patologías de buen pronóstico con un bajo grado de afectación integral.
Partiendo de la base de que cualquier trastorno mental
tiene repercusiones en la biografía de la persona, diferenciamos aquellas que
por su agudez y corta duración infieren poco en el día a día del individuo,
excepto en el período temporal en que suceden.
Tenemos por ejemplo el caso de las crisis de angustia sin
o con poca agorafobia, depresiones leves, brotes psicóticos agudos,
toxicomanías de corta duración e intensidad, etc.
Si bien estos procesos producen una solución de
continuidad en la evolución de la persona, la afectación o duración de las
mismas no produce un paréntesis grave o largo en la vida de quien las sufre.
En estos casos un simple acompañamiento o counselling
será suficiente para que la persona afronte de nuevo su vida sin que se sienta
o le sientas estigmatizado.
Otras patologías más crónicas como el tartamudeo,
trastornos de la comunicación o del aprendizaje, o los tics, tampoco han de
inferir demasiado daño en la vida social y laboral de la persona. La persona
puede aprender a convivir con ellas, todo y que existirá cierta estigmatización
que le conllevará problemas a la hora de relacionarse con los demás. Pero como
que suelen ser crónicas y de inicio muy temprano, más que hablar de
rehabilitación hablaríamos de terapia adaptativa.
Este tipo de eventos de buen pronóstico nos indican que o
son poco incapacitantes o son de breve duración y recuperación premórbida completa.
Aquí aparece el factor tiempo junto con el factor
deterioro. Este combinado es el que nos indicará la gravedad de la incapacitación
y por ende la dificultad de la rehabilitación entendida como la definimos al
principio.
Si la situación aguda por grave que sea, se cura sin
secuelas y en un breve espacio de tiempo, la persona podrá rehabilitarse por
completo.
Pero, con todo, hay situaciones agudas, breves y de buen
pronóstico que provocan una modificación en la autodefinición de la persona que
la ha padecido o padece. Así, una depresión por estrés o un trastorno
adaptativo, pueden sugerir cambios en el estilo de vida de la persona. Dichos
cambios pueden ser en el sentido negativo a lo esperado para un individuo normativizado
de la misma edad. La persona puede volverse más descuidada, puede relativizar
en demasía la necesidad de la norma social establecida, puede escoger otros
objetivos vitales diferentes de los que tenía antes del evento.
Dichos cambios de personalidad o conducta (modificación
de la escala de valores) pueden perjudicar o constituir una patología derivada o no.
Recordemos que no podemos hablar de trastorno
mental si en quien lo padece no se producen alteraciones en las áreas
individual, familiar, social, formativo o laboral y legal.
Una persona que haya sufrido un trastorno adaptativo por
estrés familiar puede llegar a abandonar la familia como prevención a una nueva
crisis de estrés. El abandono de la familia le puede reportar conflictos y
hasta juicios legales. O puede convertirse en nómada urbano con lo cual
aumentaran sus riesgos a todos los niveles.
Una persona que haya sufrido un episodio bien resuelto de
crisis de angustia puede sentir que ya no es apto para desempeñar su anterior
empleo de policía o de bróker y puede bajar en mucho en su escala económica y
social. Ello le puede conllevar una separación o divorcio, la pérdida de un
empleo curricular, etc.
En estos casos la rehabilitación, todo y que sería
deseable puede que no llegue nunca o llegue tarde. Y ahí interviene otra vez el
factor tiempo. A parte, claro, de que la persona pueda no querer rehabilitarse
ya que prefiera su nuevo estado. Cuando más no adentramos, más complejo se
vuelve algo que parece tan evidente como la rehabilitación como objetivo de la “curación”
completa (según lo definido por trastorno mental).
Aquí entramos en otro
concepto fascinante como es el de la libertad y autonomía personal. Recordemos
que por definición una persona que no tenga problemas a nivel individual,
familiar, social, formativo-laboral o legal, tenga la sintomatología o la
personalidad que tenga, no se la puede diagnosticar de ninguna patología
mental. Habrá entonces que aceptar la voluntad de la persona y dejarla en paz.
Me refiero a que una persona que ha decidido dejarlo todo
y vivir al día como un nómada urbano o aunque se haga ermitaño, sino tiene
problemas de los descritos, no se la puede considerar “enferma” y, por tanto el
concepto de rehabilitación no tiene sentido.
Y todo ello lo comento por el interés que muestran los
jóvenes diplomados o licenciados en querer “curar” aquello que no hace falta “sanar”.
No existe una única manera de vivir la vida.
Recordemos: hemos establecido tres factores en la discapacidad que
puede propiciar lo que llamamos rehabilitación. Estos son el tiempo
en que la persona está “enferma”, las secuelas del trastorno y los cambios
de personalidad patológicos derivados de la experiencia de la enfermedad.
La siguiente entrada abordará el segundo punto.
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